Un año para olvidar

Empieza 2020 y de las primeras noticias que recuerdo es que a nuestro querido José Luis Arias le diagnostican ELA. Sin duda el año empezaba con disgusto, pero obviamente y como todos recordaréis la tormenta no se iba a quedar ahí. 

Poco después la pandemia marcaría nuestras vidas para siempre. Y esta historia la conocéis a la perfección, por el espanto que hemos vivido como sociedad. 

Diría que he sido realmente afortunada porque el coronavirus no se ha llevado a nadie de los míos, y  tampoco hemos perdido empleos, por lo que esta crisis sociosanitaria aunque nos ha marcado, afortunadamente no ha sido tan devastadora como para otras familias.

Antes de que la pesadilla del coronavirus llegara a nuestras vidas, me empezó un dolor de cabeza que permanecía en mi ceja derecha todos los días. A veces era muy sutil, pero realmente estaba ahí.

Tenía que haber ido a hacerme una resonancia,  o haber ido a urgencias como me recomendó la médico de cabecera, pero francamente, estaban las cosas como para "tonterías" y en esos días previos al Estado de Alarma daba mucho miedo ir al hospital y mucho más por un dolor de cabeza (obviamente no tenía ni idea de lo que tenía en realidad).

Cuando la pandemia nos dio un respiro por el mes de junio de 2020, retomé mis citas médicas pendientes y decidí hacerme la resonancia.

¡Abierta! ¡Que sea una resonancia abierta, que me da pánico hacérmelo en un tubo cerrado! (Ingenua de mí, sin saber que el dichoso tubo cerrado se iba a convertir en parte de mi vida).

El caso es que esa resonancia abierta (que no os recomiendo) determinó que tenía un tumor de unos 5 cm compatible con un meningioma. !!Toma ya!! No me habían ingresado en la vida en un hospital y ahora tengo un tumor en la cabeza. 

¡Pues ala! Una vez que esto lo lees en un informe, ya te vienen todo tipo de ideas horribles a la cabeza (y nunca mejor dicho). Los nervios, el  llanto y el miedo ya forman parte de tu vida y te encuentras viviendo algo absolutamente alucinante. Estos tumores pueden dar la cara o no, y yo tan solo tenía un dolorcillo de la cabeza ¿Cómo es posible? A mi edad todo el mundo espera dar la noticia de una boda (por fin) o un embarazo, pero no esta patraña que me ha tocado.

Consulté varios especialistas (necesitaba respuestas), pero al final me quedé con lo que me daba más seguridad, el hospital en el que habían operado a mi padre del corazón dos veces, en el que había nacido mi sobrina, mi hospital de referencia de toda la vida: el 12 de Octubre. Allí el Jefe de Neurocirugía mostró tanta confianza y seguridad y me trató de una forma tan humana que no había dudas. 

Todos los especialistas consultados no le dieron importancia. Algo muy controlado para ellos. Un tumor bien localizado y benigno. ¿Qué más se puede pedir? En la cabeza sí, pero según ellos: te hacemos una incisión, quitamos el tumor, te cerramos, y en una semana teletrabajando. ¿Me voy a morir de esto? No, me contestó rotundamente. ¿Podía haber efectos secundarios? Unos cuantos que mejor, ni nombraré...

Así que ahí estaba yo, convencida más o menos, y con fuerzas para afrontar lo desconocido. 

Pasó el verano. Un verano "regulín", a ratos. Por cuestiones que no vienen al caso me quedé sin vacaciones pero al menos ya no me dolía  la cabeza (increíble). Eso sí el estado general era de nervios, pendiente de la dichosa lista de espera, pendiente del teléfono. Tan solo un fin de semana viendo el mar para tomar un poquito de impulso. Ese fue el verano. Corto e intenso.

En las noches de insomnio y preocupación, trataba de buscar en internet imágenes de la cicatriz, o informarme de alguna manera de cómo era la operación (se que no lo debería haber hecho).

Y en seguida después del verano, llegó la llamada maldita o bendita, según se mire. 19 de octubre a las 12 horas en quirófano. ¡A por todas!

Este camino de infierno solo fue posible gracias mi chico, que me llevó de la manita y me acompañó en cada noche de lágrimas, y cómo no, a mi madre y mi hermana. Mis personas favoritas. Ese grupo de gente que junto con mi sobrina hicieron que mis piernas se convirtieran en pilares para sostenerme.

Aquel día fue realmente terrible. Por culpa del maldito coronavirus tu familia sufre lo que no está escrito. Te dejan en una puerta y no te vuelven a ver hasta "vete tu a saber cuándo".

Fer me pudo acompañar al pasillo donde me quedaba ingresada, pero a las 12 se acabó. Todos fuera.

Los celadores te llevan en tu camita e intentan ser amables y dar tranquilidad. Pasillo por aquí, pasillo por allá, terminas en una sala con música relajante.  Como por mi trabajo en Abracadabra tenía tanto contacto con los hospitales, se que vinieron a verme varias personas de parte de alguien que ni me acuerdo (lo siento, creo que eran de la Consejería de Sanidad). 

Y es justo en este punto cuando empieza lo peor: pasar a quirófano.

Intenté bromear. ¿Podríais aprovechar para hacerme una liposucción? Pero no coló. La anestesista me dijo que después de la operación me hiciera runner, un poquito de humor nunca viene mal, aunque aquello parecía serio de verdad. Cables por todas partes, cinta en la cabeza con pinchitos para medir no se qué de la actividad cerebral, y ya por fin, te empiezan a drogar. Solo sé que no podía respirar, intentaba decírselo: ¡No puedo respirar! Pero fue imposible, no podía moverme ni hablar. En una palabra: horrible.

Pero unas horas después me desperté en la UCI. Recuerdo levemente la imagen de un médico con gafas amarillas diciendo: Almudena, todo ha salido bien. Y luego ya: el griterío de la Unidad de Cuidados Intensivos.

Venían a verme continuamente. Aprieta mi mano, mueve los pies, mueve las manos. Análisis. Movimiento de ojos... Todo parece estar en orden. Mi obsesión era saber si habían avisado a mi familia. Y sí, les habían avisado. Debían ser las 6 de la tarde o algo así, pero hasta que al día siguiente no me subieron a la habitación no volvieron a  tener noticias mías, es decir, demasiadas horas. Por esto del coronavirus, esa espera les resultó un puñetero infierno.

Para mí la estancia en la UCI fue confusa pero a la vez me acuerdo de todo. Griterío de todos los profesionales y una atención muy continuada.

Cuando vomitaba la anestesia todos me acompañaban y me limpiaban. Recuerdo a un jovencísimo auxiliar que me metía gasas en la boca para limpiarme y yo le decía: lo tuyo no está pagado.

Después de los vómitos una pequeña recompensa: un "chupa-chups" helado con cierto sabor a limón para quitar el desagradable sabor del maldito líquido verde oscuro.

Todo en aquella UCI estaba muy cuidado. Me daban masajes para la contractura que en pocas horas se me había generado en la espalda. Te aseaban con mimo. Charlaban contigo. Te daban crema en las piernas para darte un respiro por las "preciosas" medias de compresión, etc, etc.

La UCI se hacía eterna. La noche ensordecedora. Pero poco a poco pasaban las horas y estaba, y estoy, tremendamente agradecida por la maravillosa atención de aquellas horas.

Recuerdo que le pregunté a una enfermera ¿Qué tengo en la cabeza? Y me contestó que me habían rapado muy poco... ¡Uf! "lo mejor" estaba por llegar, me temía.

Ya en la habitación, la mejoría avanzaba muy rápido. Ya podía tener mi móvil y no estaba incomunicada. Por fin mi familia tenía noticias mías.




Esta foto me la hice al llegar a la habitación. Tengo hasta buen color de cara, ¿eh?

Para estar completamente solos en la habitación, he de decir que no estuve nada mal. Las compañeras de habitación que iban rotando me suministraban una conversación muy entretenida, y salvo la primera noche que no pude dormir, el resto del tiempo se pasó volando.

Si me dolía, pedía analgésicos, sino podía dormir, pedía drogas, y así fueron pasando los días con cada vez menos tubos en mi cuerpo.

Mi chico se escapó para traerme un cargador del movil más largo (que llegase a la cama del hospital desde el enchufe) y pude verle 30 segundos. Ese fue todo el cariño externo que pude recibir. Pero estaba bien, realmente bien.

Lo más heavy llegó cuando el jueves (tres días después de la operación), la enfermera me vació el drenaje de la cabeza. Creo que nunca he tenido una experiencia tan vampírica como esa. 

¡Sujétame el recipiente! Y delante de mis narices vació todo lo que salía de mi cabeza. Casi me da un infarto. Inmediatamente me puse a llorar como si no hubiera un mañana. Estaba en shock.

¿Y la cicatriz? Una enfermera se ofreció a hacerme una fotografía a pocas horas de que me dieran el alta. Tenía que mentalizarme de que me habían abierto en dos. Ni pequeña incisión ni leches. Abierta en dos como un melón. Casi casi de oreja a oreja. Casi 50 grapas, más puntos, más grapas para drenajes. Es decir: un cuadro.

Además de las grapas externas, por dentro tengo placas y tornillos (me enteré tiempo después en consulta) como si fuese una ferretería. De hecho, todos los días noto las que me han quedado en la parte superior de la frente, incluso hay días que me molestan.



En esta foto no se llega a apreciar la dimensión del asunto, os lo aseguro, pero estaba viva. Y encima tienes que dar gracias a Dios. Lo que viene siendo un: "jodida pero contenta".

Pronto me mandaron a casa y realmente la recuperación fue genial. Todas las noches parecía que tenía una discoteca en mi cabeza. Veía imágenes y destellos. Muy raro, la verdad. Pero todo en orden.

Me curaban todos los días la herida, ya que es muy peligrosa su infección o la salida de líquido bulbo raquídeo. Pero todo fue avanzando como debía.

Las grapas presionaban, la sensación era extraña, incluso algún día empecé a notar flujo sanguíneo a modo de "alien" moviéndose por mi cuero cabelludo, pero todo era normal.

El amor de mi madre y mi chico, la paciencia de mi hermana quitando de mis rizos sangre y pegamento quirúrgico, facilitaron que poco a poco me sintiera mucho mejor.

La recuperación fue magnífica, eso sí, todo era más grande y grave de lo que había imaginado.



Cuando te quitan el drenaje la cara se te hincha y te mueres de miedo. Cada síntoma, cada cosa rara que ocurre te preocupa. Pero hoy. Justo hoy, un año después de aquello, puedo decir que me encuentro fenomenal. Llena de ilusión por seguir sin sorpresas. Con la cabeza hecha un desastre, eso sí. Cada vez que me peino o me lavo la cabeza (casi a diario), noto todos y cada uno de los surcos de las grapas y de la cicatriz. Del pelo, mejor ni hablamos. Aunque gracias a mis rizos potentes, oculto parte del desastre.

Si he hecho este recorrido sin complejos por aquella experiencia, es para animar a las personas que puedan estar en la misma situación: muertas de miedo. Tened tranquilidad y ánimo.

Estoy agradecida por haber tenido tantas y tantas muestras de cariño. Toda la familia Abracadabra, la gente de Móstoles, mis amigos y amigas, mi maravillosa familia. Gracias sin duda al apoyo y al calor recibido a pesar de una pandemia, hoy estoy aquí feliz, luchando con el día a día.


Os quiero. Quiero a la vida. Quiero a la gente.

Quizás me sienta como si me hubieran caído 20 años encima y unos cuantos kilos más, pero cada día me levanto con la oportunidad de poder intentar estar mejor cada día.

Gracias al equipo médico del hospital, gracias a mi familia, gracias a mi música, gracias a todos por estar ahí... La vida es curiosa, sin duda.



Comentarios

Nieves G ha dicho que…
Campeona!
Gracias por compartirlo. Seguro que puede ayudar a mucha gente. No sabría explicarte porque, o a lo mejor me llevaría mucho rato hacerlo, pero a mi me ayuda leer esta historia de vida.
Cuídate mucho y sigue luchando y viviendo. Seguro que te quedan millones de cosas bonitas por vivir. Disfrútalas
almudenafc ha dicho que…
Muchísimas gracias por tus palabras. Ojalá la vida traiga cosas bellas por vivir. A veces contar lo que nos ha ocurrido quita hierro y nos ayuda a situar mejor el episodio que hemos vivido.
Un abrazo!!!!
Blanca Woolfolk ha dicho que…
Ver tu testimonio y verte sana, me ha dado ánimos y valor, te agradezco por contar tu historia , en unas semanas me harán una cirugía para un tumor en el encéfalo, espero que todo salga bien, ya que tengo 2 hijos un bebé de 9 meses y una niña de 8 años, probablemente me dejen una cicatriz igual a la tuya ya que será por la misma zona..

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